Vuelve el quinteto de Oxford a sacudir la industria con su tercer trabajo. Un ejercicio de acomodamiento y renovación a partes iguales; dejando claro lo que siempre han sido Yannis Philippakis y los suyos: un poco raritos.
Está bien, raros o no, Foals siempre ha sido una banda que nunca han dejado indiferente a nadie. Te pueden gustar o no, pero a la primera escucha de cualquiera de sus discos se aprecia que siempre van un paso más allá en su sonido y letras. Esa llama del “math rock” que volvieron a hacer arder se eterniza con este “Holy Fire” en forma de once canciones, todas ellas muy bien avenidas. “Prelude” sirve tanto para abrir el disco como para abrir sus conciertos en su nueva gira. Oscuridad y ritmo altivo bien programado. Un tema “abrelatas” para la que se nos viene encima. “Inhaler” el primer single del disco, es de las pegadizas a decir basta. Un nuevo sonido en la banda que no es el reflejo de todo el disco pero si que abre un abanico interesantísimo para los de Oxford. Algo que pasa de la misma manera con “Providence”, nuevo sonido pero sin empantanarse demasiado en él. “My Number” podría encajar a la perfección en su enorme “Antidotes”. Esa nueva vuelta de tuerca que quisieron hacer al sonido pop bailable con guitarras chirriantes en afinación y que tantas alabanzas se llevó. “Bad Habit” y “Everytime” marcan el mismo camino aunque sin un tempo tan alto, pero igual de pegadizas. “Late Night” reabre el pop más electrónico de la banda aunque es con “Milk & Black Spiders” con la que se llevan la palma.
Si ya eran grandes con sus dos primeros discos, Foals ha dejado claro que este tercero es la consagración para todo lo que les pueda deparar el mañana. Un futuro que ya es suyo por merito propio, y que como fans radicales rogamos a quien sea que no se estropeen nunca jamás.
Un espacio sin críticos, sólo libros, películas y música conectados así nomás, como toda cosa.
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